Luna nueva en Tauro
Sembrar en un terremoto
Entramos al cruce.
Un centro se abre en medio del torbellino. Cuatro direcciones se tensan al unísono: Leo, Acuario, Tauro, Escorpio. El cielo dibuja una cruz fija, una rueda que pide presencia en el núcleo. No es un tiempo de respuestas rápidas. Es tiempo de habitar la presión sin huir, de permitir que la incomodidad nos conduzca a ese punto donde algo esencial quiere revelarse.
El cielo conversa en múltiples capas. Marte arde en llamas, Plutón lo pincha desde dentro y Lilith no pierde la oportunidad de gritar lo que callamos. La conciencia solar encarna un atropello ante el cual solo puede rendirse, mientras las aguas internas hierven y sobrecargan la flecha del fuego que busca cualquier rendija para salir.
Hay un conflicto entre el impulso y el límite, entre lo que quiere salir y lo que no encuentra salida. Esta gran cruz cósmica no es solo un espectáculo celeste: se siente en los músculos, en el pecho, en la mandíbula, en los ciclos menstruales, en el sueño… Nos habita.
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A veces el fuego parece no encontrar una salida y la bomba puede terminar explotando dentro. Es otra forma de salir. Si el fuego contenido se vuelve rabia,
¿Cómo convertir esa energía potencial en dirección?
El primer paso parece ser no pelear con ella. El segundo, mirar su origen y encontrarle un cauce. El fuego pide otros ríos que puedan desaguar su potencia. Solo allí parece haber cierta medicina aliviante.
Nadie quiere destruirte, el cielo quiere derrumbar lo falso para que puedas ser lo que eres, liberando aquello que ya no tiene espacio dentro.
Plutón en Acuario destapa lo que el alma aún no ha digerido del colectivo; Lilith en Escorpio exhuma lo que fue exiliado, reprimido, silenciado.
La tensión se vuelve fértil cuando dejamos de pelear con ella. Esta gran cruz nos coloca frente a la pregunta:
¿Desde dónde quiero actuar?
¿Desde qué parte de mí se enciende esta decisión?
La polaridad parece ser obligatoria si no me acepto en cada parte y le doy su lugar.
Venus guarda la llave y nos recuerda que el verdadero valor nace del compromiso con lo invisible. Ella sabe de servicio, de límites amorosos, de destino encarnado. Aquí, amar es recordar para qué estamos aquí. Y si algo se cierra, es porque ya no sostiene la verdad de lo que somos.
Mercurio regresa al lugar donde se produjo el eclipse de Sol en Aries, y trae consigo la posibilidad de comprender, con palabras recién germinadas, los cambios que entonces apenas se intuían.
También contacta con Marte y le ofrece su voz, su aliento, su disponibilidad para nombrar lo vivo.
Para que el fuego encuentre forma. Para que lo que arde tenga vocero.
Este es un tiempo de síntesis, de ver con nitidez lo que ya no puede acompañarnos. El camino se depura. Y en esa depuración, nos enfrentamos a las grietas entre la forma y la esencia: a las expectativas no cumplidas, a la tristeza de lo que no fue, al dolor de lo que sí fue y ya no puede continuar. Pero también a la belleza de lo auténtico. A la paz que emerge cuando dejamos de sostener lo que no es.
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La luna nueva del 27 de abril en Tauro nos ofrece una semilla de poder duradero. Nos invita a sembrar desde ese centro restaurado. A elegir lo que queremos sostener con toda nuestra presencia. A fundar nuevas formas de estabilidad, de economía, de arraigo. A confiar en el ritmo de lo fértil que no se apresura, pero tampoco se detiene.
Se propone una siembra desde el contacto real con el dolor, la sombra y el deseo genuino. Es una siembra que busca coherencia entre el ser interno y la acción externa.
La clave está en integrar las polaridades: acción y descanso, intuición y decisión, hacer y ser. No es ir a un extremo, sino encontrar el ritmo propio que honra ambos lados.
El alma está siendo llamada a atravesar su sombra. No como castigo, sino como alquimia.
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Se abre un portal de transformación profunda. Los enfrentamientos externos son los mismos que los enfrentamientos internos, señalando el umbral donde se gesta el verdadero poder.
¿Qué pasaría si dejáramos de luchar por tener razón y usáramos esa energía para crear?
¿Qué podríamos construir si lleváramos nuestra voluntad personal al encuentro con la voluntad del alma?
Lilith es la rabia de la voz silenciada. Es el deseo de recuperar lo salvaje como medicina. Es la kundalini que asciende, no en desborde, sino en orden.
La tierra tiembla porque está germinando. La presión es real. El cambio, inevitable. Pero el modo en que atravesamos este umbral depende de cuánto estemos dispuestos a ver, soltar, elegir.
Desde el centro, todo puede escucharse.
La tensión no es un castigo, es una brújula.
Que esta siembra nueva sea un acto de belleza radical.
Que el cuerpo sepa dónde está el sí.
Que la conciencia recuerde que la semilla es también la flor.
✧ El guardián del deseo encadenado ✧
Lectura simbólica y oracular
de una imagen del alquimista de la sombra
que susurra desde el umbral.
Una figura cornuda desciende desde lo alto del eje cósmico, no como demonio exterior, sino como espejo de las potencias internas no reconocidas. El macho cabrío de Mendes —símbolo del deseo instintivo, la potencia generadora, la electricidad de la vida— flota entre dimensiones, sostenido por un pilar que atraviesa mundos. Este no es un demonio que destruye: es el principio fálico de creación que aún no ha sido purificado por la conciencia.
Sus ojos portan una mirada doble: la sabiduría de lo oculto y la vigilancia de los instintos. Sobre su frente, una antorcha de pensamiento radiante, y más abajo, el símbolo alado de Thoth-Hermes: inteligencia, alquimia, transmutación. El Diablo conoce los secretos del cuerpo y la mente, y los enlaza en uno solo.
Detrás, una red orgánica envuelve la escena, como una membrana de membranas, recordando el tejido nervioso, los laberintos del inconsciente, la matriz del deseo atrapado.
Lo que parece prisión, puede ser también útero.
Lo que parece tentación, puede ser llamado a la integración.
Abajo, dos esferas ámbar como ovarios de fuego contienen cuerpos humanos, encadenados, sí… pero también danzantes, en perpetuo movimiento. Son figuras masculinas que giran en una rueda sin fin, absorbidas en el ciclo del deseo, de la carne, del ego que se cree separado. Aquí no hay castigo: hay reflejo. La esclavitud de la ilusión. La libertad de reconocerse.
Este Diablo es Capricornio en su sombra: ambición sin alma, estructura sin corazón, control sobre el instinto. Pero también es su redención: el puente entre la materia y el espíritu, la maestría que surge tras atravesar la cueva interior. El demonio solo es tal cuando se le niega; cuando se le enfrenta con presencia, revela su oro.
Oráculo: ¿Qué parte de ti has encadenado por miedo a su poder? ¿Qué pasaría si te atrevieras a mirar al Diablo a los ojos y dijeras: “te reconozco”? El impulso que rechazas puede ser la llave hacia tu alquimia.
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Si sientes ganas de compartir tu mirada o tu experiencia, puedes escribirme.
Aire que ventila densidades. La medicina de la comunicación también siembra.
Y si te resuena la idea de un taller sobre el Reencantamiento del Fuego y la voz de Marte, puedes empezar a pronunciarte.
Pronto compartiré la información para compartir este nuevo ciclo de reinvención y expresión del fuego.
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