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Júpiter vuelve a Cáncer como ese viajero que regresa a casa después de una larga travesía.
Con la piel tatuada por las experiencias, y cientos de pieles que ya no necesita, vuelve al templo de origen.
Donde la expansión no se mide en kilómetros, sino en la capacidad de sentir.
De contener.
De sostener lo que aún duele sin pretender arreglarlo.
Es una llamada a recordar de dónde venimos y a imaginar dónde queremos echar raíz.
A transformar las memorias de los viajes en una guía para el alma, porque ella también traspasa fronteras.
Ahora el viaje se vuelve hacia adentro.
Júpiter se sumerge en las aguas primordiales y enciende el foco para iluminar las entrañas.
Es una expansión íntima, emocional, nutricia.
Se agrandan los vínculos internos, los hogares, los sueños gestados en lo profundo.
Se despierta el anhelo de pertenecer y habitar con más verdad nuestros espacios, nuestros cuerpos, nuestras relaciones.
Júpiter en Cáncer no viene a enseñar, sino a recordar.
A recordar que fuimos agua antes que forma.
Que somos útero incluso después del parto.
Se enciende una luz, pero no arriba: bajo la piel.
Es el alma recordando las primeras palabras del tacto,
el canto sin voz de las ancestras,
las caricias que nos amamantaron
antes de saber lo que era necesitar.
Y entonces comprendemos:
la expansión ya no es ir más allá, sino ir más hondo.
No es subir, es volver.
Volver al centro que respira sin testigos.
Al abrazo que no exige.
Al silencio que no juzga.
Volver al agua primigenia donde el alma se reconoció por primera vez.
Despertar no es entender: es sentir con todo.
Sanar no es cerrar la herida: es quedarse junto a ella, como quien vela a un amor que aún late.
Y así, sin necesidad de mapa ni promesa, sabemos:
el hogar no se busca, se recuerda.
Y la verdadera bendición no es ser salvados, sino volver a salvarnos con nuestras propias manos.
Cáncer nos llama a reencontrarnos con la madre interna: esa parte propia que puede ofrecernos cobijo, alimento emocional, ternura y validación sin condiciones.
Aprender a cuidar sin miedo.
A sostener sin controlar.
A amar sin exigir.
Júpiter lanza su declaración de intenciones:
—Voy a enseñarte a sostenerte. Voy a enseñarte a acompañarte.
Volvernos buenos cuidadores de nuestras emociones.
No para quedarnos atrapados en la herida, sino para hacer de ella un altar desde donde brote la confianza.
La espiritualidad no se suspende en el aire:
necesita cuerpo.
El espíritu solo es si encarna, carne que siente y gesto que acompaña.
No basta con comprender desde la mente: hay que sentir con el pecho abierto, actuar con el cuerpo presente, y seguir bajando el cielo a la tierra, hasta que florezca en los actos cotidianos.
Esta será parte de la cruzada de Júpiter: amplificar lo interno, bendecir los rincones olvidados, hacerlos habitables a través de la medicina de encontrarles sentido.
Júpiter en Cáncer no solo amplifica la vulnerabilidad. También es un canal de gracia. Una promesa de expansión luminosa que nace de la intimidad más cruda. Un acto de fe que comienza con una sola pregunta:
¿Estás dispuesto a ser la madre que tu niño necesita?
Solo así, cuando el alma se siente segura, puede abrirse al gozo, al descanso, al amor compartido.
La abundancia que anhelamos no es otra cosa que la paz de estar en casa.
En la casa del cuerpo.
En la casa del sentir.
En la casa del alma.
Júpiter entra en el agua no para ofrecernos riquezas externas, sino para enseñarnos el valor de lo interno.
Para mostrarnos que el hogar no está hecho de ladrillos, sino de memorias. De presencia. De vibración.
Y que, cuando el alma se siente contenida, todo lo demás empieza a florecer.
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