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La Luna, como cada mes, se encuentra con Plutón en Acuario, activando el vértice invisible de una tensión que ya late entre Venus y Lilith.
El cuerpo emocional se convierte en detonante.
La piel siente lo que la mente calla.
La memoria lunar se entreteje con el abismo colectivo.
El deseo se vuelve urgente,
el silencio se vuelve insoportable,
la verdad busca grietas por donde brotar.
El cielo nos invita a mirar de frente aquello que habitamos en secreto.
La belleza que no se atreve.
El amor que no se nombra.
El poder que no se encarna.
Venus sigue un sendero ceremonial que la lleva de iniciación en iniciación.
Se prepara como iniciadora de iniciadoras.
Camina por su jardín:
piel desnuda entre los brotes,
suspiros que huelen a tierra mojada,
el gozo como lenguaje del alma.
Encarna el amor como nutrición,
la sensualidad como raíz,
los vínculos como territorios seguros.
Venus en Tauro quiere pertenecer y disfrutar,
cultivar jardines donde el deseo se convierta en presencia.
Pero desde las profundidades húmedas del inconsciente, Lilith se levanta como humo oscuro desde los huesos.
No quiere belleza si no es verdad.
No desea amor si no incluye la herida.
Es el fantasma de lo que no se nombró.
Es el deseo que fue condenado al exilio por no obedecer las reglas del agrado.
Es la que recuerda lo que el cuerpo olvida,
y exige profundidad o destrucción.
Su presencia desestabiliza las formas “bonitas” del amor:
quiere la verdad desnuda,
la pulsión sin domesticar,
el poder en carne viva.
Y entre ambas —la que goza y la que arde—
se interpone Plutón como juez de una cruz fija.
Una fuerza impersonal que dice:
“Esto no es solo tuyo. Es colectivo. Es ancestral.
Es el momento de liberar una nueva forma de amar,
más allá del molde.”
¿Dónde me oculto para ser amada?
¿Dónde me reprimo por miedo a ser demasiado?
¿Qué parte de mí está lista para regresar del exilio?
El amor que solo se permite en la superficie no sobrevive a los eclipses del alma.
Este tránsito nos recuerda que el cuerpo es altar, y también trinchera.
Que el deseo no es pecado, sino brújula.
Y que a veces, el fuego que incomoda es el mismo que nos trae de vuelta a casa.
“El cuerpo que goza y el cuerpo que arde son el mismo altar. Solo quien se quema se convierte en ofrenda.”
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El espíritu de Lilith pulsa
queriendo voz y espacio.
Se está gestando un taller
para darle trono y soberanía.
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