Encarnando la odisea de Ulises
y abriendo la temporada eclíptica
En los últimos ciclos la vida me replegaba preparándome para este momento. La ausencia se convertió en mi forma de presencia. Abandonarme formaba parte del proceso de poder ver dentro aquello que no se ve con la mirada puesta en el afuera. Y ahora, quizás empiezo a sentir el sentido y la necesidad de esta hibernada energética.
Debía perderme de nuevo para poner en duda esas creencias que podrían haberse convertido en hechizos. Mi identidad muere una y otra vez dándome por un lado la certeza de que ninguna identificación puede sostener la amplitud del ser que soy, y por otro, un entrenamiento para que me dé cuenta que esa muerte permanente es el combustible para estar vivo.
No puede haber reconocimiento, integración o avance habitando una forma definida; debía perderle el miedo a ese nuevo contacto con la vacuidad. Desde allí, perdido y en la nada, podía empezar a verme de nuevo en todo.
Era consciente desde el minuto uno que posiblemente me enfrentaba al naufragio más grande de mi vida, un naufragar desconcertante y a veces perturbador, pero necesario para romper cualquier indicio de identidad que algunos días habité. Aún así mi compañera confianza y el contacto elemental con la vida me permitía disfrutarlo.
Caminé la sensación de sentir esa identidad como un traje apretado que me oprimía combinándose con la melancolía de querer volver a todo aquello que me creí ser en algún tiempo pasado. Parecía no quedar rastro de aquellos personajes, sólo recuerdos y memorias, que ahora se convertían en recuerdos de recuerdos, creándome dudas de su veracidad y mi posible tergiversación.
2024 fue un año que vino a romper las verdades que me sostenían inutilizando mis identidades. Me caducaba una mirada, un rumbo, una visión, y me sentía cayendo por un basto precipicio. Un horizonte de sucesos que solo podía ver como un salto al vacío que me hacía temblar por su altura y profundidad. En mi interior algo me decía: no hagas nada, sólo permanece en ti y observa, estás en un salto cuántico.
Revelación. Todo es con uno. Uno es con todo.
Pude ver con certeza que cualquier indicio de enfado que por tendencia se proyecta afuera, siempre es con uno mismo y con la discapacidad de gestión.
Pude ver que el otro o lo otro vienen siempre convocados por mi para darle voz a alguna sombra de mi alma en busca de reconocimiento y ampliación.
Pude ver que cuando me reconozco más allá de mis identificaciones puedo responsabilizarme de mis mareas emocionales con dulzura, paz y armonía.
Pude ver cómo en las pequeñas cosas están las grandes llaves.
Cuando hago un lugar para todo, dejo de ser vocero que aquello de parece no gustarme, y descubro una y otra vez la magia de un infinito completo en cada parte y en cada momento.
Y cuando hay voz y reconocimiento aquello incómodo deja de manifestarse fuera.
No tengo ni idea de a dónde voy, pero camino confiando y eso lo cambia todo.
Sé que si quiero aprender algo debo dejar que se enseñe a través de mi.
Y sé que si voy solo voy más rápido, pero si voy acompañado voy más lejos.
Suscríbete para embarcarte en el viaje que nos va marcando el cielo.
En tu correo ya tienes la bienvenida a la nave.
Si no ves el correo en tu bandeja principal, revisa la carpeta de spam.