Los eclipses no son solo fenómenos astronómicos. Son puentes energéticos, momentos en que la vibración de nuestro Universo cambia y, con ella, también nuestras vidas.
Como si un dial invisible se moviera para sintonizarnos con una nueva frecuencia, los eclipses generan cambios tangibles en nuestra realidad.
Cada eclipse —ya sea de Sol o de Luna— ocurre cuando una Luna Nueva o una Luna Llena se da cerca de los nodos lunares, esos puntos kármicos que marcan aprendizajes profundos.
Cuando esto sucede, la conciencia se sacude. Los patrones que antes podíamos evadir se vuelven visibles. Lo que permanecía inconsciente empieza a iluminarse.
Por eso, los eclipses no son castigos ni augurios de tragedia: son momentos de catalización de aprendizajes, oportunidades para soltar lo viejo y dar un salto de conciencia.
En temporada de eclipses, nada es casualidad.
Personas que entran o salen de nuestra vida, trabajos que terminan o comienzan, mudanzas inesperadas… todo forma parte de la sincronía del cosmos.
El eclipse amplifica lo invisible y lo vuelve evidente. Nos coloca en el lugar exacto donde necesitamos estar, aunque desde la mente parezca azar.
La cimática es la ciencia que estudia cómo las frecuencias sonoras ordenan la materia. Cómo lo invisible se hace visible. Cómo el mundo de lo sutil es la semilla de la evidencia material.
De la misma manera, la frecuencia de nuestros pensamientos, palabras y emociones organiza nuestra realidad. Una mente confusa produce desorden afuera. Una mente clara y enfocada crea coherencia en lo tangible.
Durante las temporadas de eclipses hay una invitación a un vaciado para una posterior reordenación. Colaborar con ese vaciado ayuda para la entrada de nueva información.
El eje Virgo – Piscis nos recuerda que la vibración organiza la materia. Piscis es el caos y la frecuencia; Virgo, el orden que surge de ella.
Las temporadas de eclipses son portales de transformación. Cuarentenas en las que la vida acelera procesos que ya estaban gestándose en nuestro interior.
Somos células de un gran organismo. Lo que ocurre arriba tiene su correlato abajo. Del mismo modo, lo que ocurre en el cielo solo es un reflejo vivo de lo que pasa en nuestro interior.
El Universo nos muestra, a través de los eclipses, aquello que permanecía en la sombra, inconsciente o semiconsciente, para que podamos mirarlo, comprenderlo e integrarlo. Allí donde estábamos funcionando en piloto automático, los eclipses encienden la alarma y nos invitan a salir de la repetición.
Los eclipses siempre trabajan con la sombra, aquello que no queremos ver de nosotros mismos, pero que inevitablemente se refleja en el espejo de los demás.
Cuando una reacción emocional intensa se enciende —ya sea atracción, rechazo, enojo, molestia o fascinación— lo que estoy viendo afuera tiene que ver conmigo. Esa emoción señala un aspecto interno que pide integración.
Los eclipses traen espejos más claros, más incómodos, más reveladores. Y es allí donde aparece nuestra libertad: ¿estamos dispuestos a mirar y a integrar, o vamos a resistirnos al aprendizaje?
En la vida adulta, los vínculos son los espejos más poderosos de la sombra. La pareja suele ser el principal catalizador: nos muestra la polaridad opuesta, nos refleja actitudes que rechazamos, nos enoja, nos moviliza.
El aprendizaje aquí es reconocer que, aunque me moleste profundamente una actitud del otro, si me moviliza es porque algo en mí necesita integrar esa energía en su justa medida.
No se trata de cambiar al otro, sino de transformarnos a nosotros mismos dentro de ese vínculo. Los eclipses nos invitan a usar cada relación como una oportunidad de integración y libertad emocional.
Durante los eclipses la mente se reprograma.
Ese software con el que gestionamos la información se actualiza impactando en nuestra forma de pensar, de creer, incluso de comunicar.
A veces el lenguaje se vuelve más creativo, brillante y espontáneo. Otras la mente se vuelve disfuncional, como un programa que no funciona cuando está siendo actualizado.
Se genera una distancia mediante la incoherencia de las antiguas inercias de pensamiento y la nueva información que trae el cambio de frecuencia.
Puede parecer que nos estamos volviendo locos, pero en realidad solo se está cociendo un cambio dimensional en nuestra conciencia que se prepara para una nueva forma de operar.
No siempre es fácil saber acompañarnos es este proceso, sobre todo por las resistencias de la antigua forma.
Se hace más fácil cuando estamos abiertos a ese proceso de despersonalización, donde tenemos que dejar de identificarnos con lo que ya fue, y tener paciencia dejando que el proceso se dé.
La clave está en aceptar el proceso: permitir que lo viejo se desarme para dar lugar a nuevas formas de pensar, sentir y crear.
Dos caminos que terminan llevándonos al mismo sitio desde un lugar energético y emocional completamente opuesto.
Si nos resistimos entramos en una lucha que genera sufrimiento volviendo más ardua la transformación.
Si aceptamos lo viviremos en paz. No es resignación, sino confianza en que lo que sucede siempre es lo mejor para el viaje de cada vida.
Siempre es una elección de alianza al amor o al miedo.
No todos transitamos los eclipses igual. Lo que determina si sufrimos o si fluimos depende de nuestra relación con el dolor.
Cuando negamos el dolor o lo dejamos para después, se convierte en sufrimiento.
Cuando lo aceptamos y buscamos su significado, el dolor se transforma en aprendizaje.
El verdadero sufrimiento proviene de no encontrarle sentido a lo que nos pasa. Cuando logramos ver el regalo escondido en cada desafío, entonces podemos atravesar incluso lo difícil con esperanza y fe.
Una de las razones que más caos provoca en una temporada de eclipses es el exceso de información por la convivencia de viejos y nuevos comandos, a veces contradictorios y cortocircuitantes.
Para que algo nuevo entre en la vida, algo tiene que salir, y de eso precisamente van los eclipses, que normalmente vienen de dos en dos.
Los eclipses de Luna proponen un final, bellamente simbolizado por una luna roja a modo de ilustración de una vieja memoria que sangra y muere, como verdad revelada.
Los eclipses de Sol proponen una nueva mirada, una luz que se apaga y otra que se enciende. Una especie de parpadeo que marca el final del registro de una toma y el inicio de otra.
Recordemos que son Lunas llenas y nuevas respectivamente, pero potenciadas. La luna llena es final, la nueva comienzo.
Los eclipses suceden cerca de los nodos lunares:
Nodo Sur → aprendizajes del pasado, formas que ya no sirven.
Nodo Norte → dirección evolutiva, lo nuevo que pide nacer.
Cada temporada de eclipses es una invitación a soltar el personaje antiguo y abrirnos a un nuevo capítulo del alma.
Los nodos marcan los puntos de la conciencia donde la vida propone un vaciado y una posibilidad de asimilación.
Allí, los eclipses nos muestran dónde necesitamos soltar lo viejo y hacia dónde podemos dirigir nuestra energía vital para evolucionar.
Desde la infancia, todos construimos un personaje para sobrevivir: una forma de ser y de actuar que nos protegió de la soledad, el miedo o la falta de amor incondicional. Ese personaje nos permitió crecer, lograr cosas, funcionar en el mundo.
Pero llega un momento en que ese personaje ya no alcanza. Nos queda chico. Y allí entran los eclipses de Nodo Sur: nos muestran que es hora de dejar morir viejas formas de ser para dar lugar a nuevas expresiones del alma.
Soltar no siempre es fácil. Nos apegamos incluso a lo que nos daña, inventamos excusas (“no tengo tiempo”, “no puedo”, “no sé cómo”). Pero los eclipses, con su fuerza ineludible, nos sacan de la zona de confort y nos recuerdan que el cambio es inevitable.
La palabra “eclipse” suele traer temor, porque se asocia con pérdida, muerte o finales. Y en cierto sentido es verdad: los eclipses son experiencias de muerte y renacimiento simbólico.
Muere una identidad con la que nos identificábamos.
Nace un nuevo yo más alineado con la verdad interior.
Ese tránsito no siempre es cómodo. El ego teme a lo desconocido y prefiere “el mal conocido antes que el bien por conocer”. Pero la vida, en su infinita sabiduría, nos empuja fuera de la zona de confort.
Durante las temporadas de eclipses podemos:
*Observar con atención qué vínculos o situaciones nos están espejando.
*Reconocer emociones intensas como portales hacia nuestra sombra.
*Practicar la aceptación como vía de paz y transformación.
*Recordar que el cambio es inevitable, pero la manera de transitarlo depende de nuestra actitud.
*Confiar en que el universo siempre conspira para la evolución del alma.
Encarnar en este plano dual es un acto de valentía. La vida es hermosa y también difícil, y cada eclipse nos lo recuerda.
Pero nuestras almas saben más que nosotros. Los eclipses son oportunidades para soltar personajes viejos, integrar la sombra y habilitar una expresión más genuina de quienes somos en verdad.
Aceptar el proceso, aunque duela, nos libera. Y cada temporada de eclipses nos devuelve, una y otra vez, al camino de la conciencia.
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