Bajo la luna que enciende el destino,
el gran dador de sentido ha cambiado de escenario.
No viene a dictar verdades ni a prometer fortuna,
viene a abrir las aguas,
a recordarnos el idioma del sentir.
Este plenilunio revela un horizonte amplio.
Una expansión que no busca conquistar, sino nutrir.
La plata de la noche derrama fuego que bendice.
Lo que está listo para ser visto, arde.
La luna alumbra desde dentro, como un faro que alcanza hasta donde la mirada tiembla.
Cuando el viajero se sumerge,
la Luna se alza llena en Sagitario.
Y el fuego danza sobre el agua.
Para encender su memoria.
Júpiter ha entrado en Cáncer.
La expansión se vuelve interna, íntima, blanda.
Y esta luna llena es su primera baliza.
Nos llama a regresar.
A ese hogar que no es lugar, sino pulsación.
A ese centro donde el corazón es brújula
y el cuerpo, templo de percepción sagrada.
Nos invita a atravesar el jardín interior con el pecho abierto,
a saltar desde la raíz,
a dejarnos guiar por el centauro y su fuego antiguo.
Esta luna es un rito.
Un fuego ceremonial antes de cruzar el bosque.
Un tambor que marca el paso del alma.
No se trata de tener respuestas,
sino de confiar en el paso.
De saltar no desde la certeza,
sino desde la verdad viva que palpita bajo la piel.
La verdad, ahora, no es dogma.
Es coraje.
Es saber que la intuición —aunque informe—
es más precisa que cualquier estrategia.
«La única verdad es lo que está siendo y no se puede intelectualizar, porque cuando se intelectualiza deja de ser verdad»
Júpiter y Mercurio se abrazan en el último aliento de Géminis.
Voz que se expande, pensamiento que abre puentes.
Lenguaje que se afina para nombrar lo que antes temíamos pronunciar.
Pero Saturno y Neptuno custodian las puertas del cielo:
uno con su juicio,
el otro con su niebla.
Habitamos el umbral:
entre el impulso de gritar y la sensación de que aún no es el momento.
La palabra se tensa.
La censura interna susurra.
El velo se espesa sobre lo evidente.
Pero la luna llena en Sagitario no calla.
Ella refleja incluso lo que no queremos ver.
No responde.
Revela.
Venus se cruza con Plutón.
Y nos recuerda:
no hay belleza sin sombra,
ni deseo sin transformación.
Las relaciones muestran su núcleo:
¿Dónde me pierdo por agradar?
¿Dónde manipulo por miedo a perder?
¿Qué valor me niego porque no creo merecerlo?
El deseo se desnuda.
La abundancia también.
Y en medio del temblor, la alquimia:
el carbón bajo presión se convierte en diamante.
El cuerpo florece cuando se siente digno.
Marte se une con Quirón y Urano en signos de fuego.
Movimiento que ya no niega la herida,
sino que la integra y la transfigura.
El impulso ya no nace de la urgencia,
sino de la decisión de no ser más rehén del dolor.
Convertir la herida en don
no es dejar que nos defina,
es caminar con ella.
Entonces el fuego ya no quema: guía.
Este es un salto desde la raíz.
No venimos a comprender todo.
Venimos a confiar en lo que arde sin explicación.
Porque la verdad no siempre llega con palabras:
a veces se revela en el estremecimiento.
En esa dirección que el cuerpo señala antes que la mente.
Sagitario apunta su flecha a lo sagrado.
Y Cáncer pregunta:
¿Estás dispuesto a llevar esa verdad hasta el corazón?
𓇶
Venimos de muchas noches sin mapa.
Y sin embargo… aquí estamos.
Latiendo.
A pesar del miedo,
o quizás, gracias a él.
Esta luna nos susurra:
No necesitas tener la razón para ser auténtico.
No necesitas saber el destino para dar el primer paso.
El fuego te guía si estás dispuesto a escuchar lo que duele sin huir.
Esta luna no pide perfección.
Pide sinceridad.
Pide autenticidad y presencia.
Pide que vuelvas a ti sin guión.
Porque este cielo llama a los honestos.
A quienes ya no pueden mentirse.
A quienes están dispuestos a amar el viaje
aunque aún no entiendan el mapa.
Feliz luna llena, viajera.
Que tu verdad te encuentre.